Con limosnas no se acaba con la pobreza
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Escrito por Sole Gutiérrez

 

Los cinco pilares (Arkan al-Islam) son cinco preceptos fundamentales de la sharia o ley islámica y constituyen el núcleo central de la doctrina islámica. Están basados en el Corán y en la sunna o tradición, donde se recogen las declaraciones realizadas por Mahoma a lo largo de su vida. Son: profesión de fe (Chaada), oración (Salat), ayuno (savn), limosna (zekat) y peregrinación (hadj).


Sobre el cuarto de ellos, la limosna, el Corán considera un deber fundamental compartir los bienes propios con los pobres y necesitados, pues ellos también son hijos de Dios y miembros de la comunidad. La ley islámica fija una cantidad según el tipo y categoría de bienes, pero en la práctica se ha simplificado, dando entre un dos y un tres por ciento del patrimonio total de cada persona. En la actualidad, el azaque, como también es conocida, se paga junto con los demás impuestos de los países musulmanes tradicionales. Sin embargo, subsiste una obligación moral de limosna voluntaria. No obstante, se insiste en la actitud interior del que da y del que recibe, pues es más importante la calidad que la cantidad de la limosna; es decir, se debe dar con amor y discreción, sin ostentaciones que humillan al que recibe; éste debe emplear debidamente la limosna y servir a la comunidad según sus posibilidades.

Niños Senegal
Cuando llegué a Dakar me sorprendió ver la cantidad de gente que hay en la calle pidiendo una ayuda. En mi recorrido diario al trabajo, sobre todo veo a personas afectadas por la poliomielitis que han quedado handicapes, y a niños. Decenas de niños. Chicos entre 5 y 17 años, aproximadamente, que acarrean un bote de tomate vacío que van rellenando con las monedas que le da la gente. Muchas veces no es dinero, sino caramelos o terrones de azúcar. Éste puede llegar a ser el único alimento que ingieren en el día. A estos chicos se les conoce con el nombre de talibés y son una figura tan representativa del país que incluso tienen un día nacional y algunos establecimientos y transportes llevan este nombre. Las familias envían a estos niños a las escuelas coránicas, donde quedan a cargo de los marabout que se encarga de su educación religiosa. La intención es alejar a estos chicos de los peligros de la calle y la pobreza. No obstante, la sucesión de sequías de los años 70 y 80 en el país y los cambios en la economía nacional originaron un cambio en este movimiento, que comenzó a recurrir a la mendicidad como fuente alternativa de ingreso.


Según UNICEF, aproximadamente 100.000 niños son forzados a mendigar a diario en Senegal. Estos niños viven en condiciones precarias, pasando prácticamente todo el día en la calle, expuestos a la violencia y los abusos y privados de derechos básicos como una alimentación sana o la educación. Casi todos tienen un sitio fijo donde se colocan cada día y persiguen a los posibles donantes. En las paradas de bus y car rapids, aguardan la llegada del transporte para lanzarse contra la puerta y pedir insistentemente el donativo. Me cuentan que si al final del día no han conseguido un mínimo de 500 F CFA (0,75 céntimos de euros, aproximadamente), pueden incluso sufrir malos tratos o ser castigados. Ante esta situación, no dejo de plantearme si debo o no darles dinero. Por un lado está la convicción moral de no fomentar la mendicidad infantil y por otro el deseo de que esos niños no sigan sufriendo. Si realmente bastase con dar una limosna, el problema acabaría rápidamente, ya que es mucha la gente que la da, pero estos niños están ahí cada día, apostados en la misma esquina, con el mismo bote de tomate, esperando que alguien les de unas monedas.


Para no contribuir con esta triste causa, he optado por comprar algo de fruta ciertos días y repartirla entre un grupo de 4 niños que me esperan cada mañana en mi camino al trabajo y de los que ya me he hecho amiga. Jugamos y reímos mientras se comen la fruta, pero después, irremediablemente, me marcho. Estos niños han despertado en mí un fuerte sentimiento de protección, que al tiempo me frustra, cuando me doy cuenta de que su bienestar no está en mis manos.


Y no puedo evitar comparar esta situación con el trabajo que he venido a hacer a Senegal. La cooperación internacional y la ayuda al desarrollo, tengo la sensación, que tal y como están planteadas, no son más que un parche en una gran herida abierta y que requiere de intervención urgente. Pero cuando venimos de otro lugar, con otras heridas y otros procedimientos de curación, ¿cómo podemos hacer un buen diagnóstico y aplicar el remedio adecuado?. Quizás estemos jugando a ser dioses y no nos toque a nosotros esta responsabilidad.


Si pregunto a uno de estos niños qué es lo que quiere, me contesta que sus 500 F CFA. Si se lo pregunto al día siguiente, me contesta lo mismo y así cada día. Porque es lo que necesita para pasar la jornada. Pero creo que no estaría formulando la pregunta adecuada. Si cuando era niña alguien me hubiese preguntado que era exactamente lo que quería, probablemente hubiese contestado que quería lo mismo que tenían los demás niños: juguetes, comida rica y a mi familia queriéndome. Y no sería descabellado pensar que este niño senegalés quiera lo mismo. Pero no lo sé, porque no se lo he preguntado. Nos limitamos a darle la limosna diaria, que viene a ser “lo que nos sobra” y con eso aliviamos conciencias. Quizás no nos interese saber lo que realmente quieren, porque entonces nos daríamos cuenta de que no basta con esas cuantas monedas que les damos. Quizás no sean monedas lo que necesiten. Quizás las monedas sean lo que menos necesiten. A pesar de los miles de millones de euros que se han donado a los países en desarrollo en los últimos 50 años, una cuarta parte de la población mundial vive aún en una situación de pobreza extrema. Entonces, ¿es el dinero la solución?. Lamentablemente, no tengo una respuesta. No sé si alguien la tiene. Pero mientras la buscamos y hasta que alguien la encuentre, los talibés seguirán apostados en la misma esquina esperando su limosna diaria. Aunque con frecuencia pienso que estaríamos más cerca de la respuesta si nos dejáramos de formalismos, de discursos y decisiones politizadas, de miradas etnocentristas, de intervenciones heróicas y comenzáramos preguntando qué es lo que realmente quieren. Quizás así nos daríamos cuenta de que no somos tan distintos y de que, al final, es probable que todos queramos lo mismo. Ser felices.


Creo firmemente en la cooperación al desarrollo, en el trabajo serio, responsable y comprometido, pero creo que es urgente y necesario un cambio de enfoque que posibilite que los esfuerzos de unos y las necesidades de otros caminen en la misma dirección y que, como dice la sharia, se haga con amor, sin ostentación ni humillación, donde prime la calidad y se emplee justamente para beneficiar a toda la comunidad.