La Cooperación Sur-Sur y el fin del amor en los tiempos del cólera |
El texto que sigue recoge la intervención de Rafael Domínguez el 8 de diciembre en la presentación en el Instituto Mora (Ciudad de México) del libro De la diversidad a la consonancia: la cooperación sur-sur latinoamericana, coordinado por C. Ayala y J. Rivera de la Rosa. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-CEDES, Puebla, 2014, 2 vols. La obra coordinada por los profesores Ayala y Rivera de la Rosa responde a la fase de maduración de las investigaciones sobre CSS que han superado lo que yo llamo el síndrome del amor en los tiempos del cólera. Gracias a los 27 capítulos reunidos en estos dos volúmenes se empieza a vislumbrar un entendimiento más crítico y realista de la CSS en los turbulentos tiempos de la globalización (cólera). Dicho entendimiento se basa en el estudio empírico y la evaluación de casos, no en la glosa acrítica del discurso amoroso de la horizontalidad, que para los que estamos acostumbrados a confrontar la retórica del CAD contra sus prácticas verticales concretas (puro sexo), empezaba a resultar igual de irritante. Por el contrario, la CSS se contempla en estos dos volúmenes en toda su diversidad de actores y motivaciones, y teniendo en cuenta la complejidad y lógica interna de todos sus instrumentos, no solo la cooperación técnica que tan minuciosamente se empeña en registrar la SEGIB dejando lo más importante (la cooperación financiera reembolsable, los acuerdos comerciales y de integración y el diálogo político) fuera del marco interpretativo. Empezando por los actores y sus motivaciones, donde independientemente de la variedad de retóricas predomina el egoísmo más o menos ilustrado y más o menos compatible con el mutuo beneficio), prácticamente todos los países de América Latina salen retratados en sus relaciones de cooperación regionales, subregionales, y transfronterizas, más la novedad de las relaciones intercontinentales con África a cargo de Brasil, Argentina y Venezuela; lo mismo cabe decir de los organismos de integración regional (Mercosur, SICA, Mesoamérica, Alba); incluso se incluyen casos de cooperación descentralizada en Brasil y todo el Mercosur, y de cooperación privada basada en la metodología campesino a campesino entre Nicaragua y México. En la lógica interna de los tres instrumentos de la CSS, el diálogo político y los acuerdos comerciales y de integración aparecen en su verdadera dimensión, como muestran los casos de la cooperación entre Chile y México, México y Centroamérica, Colombia y Centroamérica, Venezuela y Cuba y los países del Alba-PetroCaribe, o los socios del Mercosur, frente al mero conteo de proyectos de cooperación técnica no reembolsable, aunque con institucionalidades interesantes como el Fondo Conjunto México-Chile o el Fondo Argentino de Cooperación Horizontal. De hecho, la cooperación financiera reembolsable está a la vista para quien quiera analizarla, resultando mucho más voluminosa que la no reembolsable, como muestran los tres capítulos sobre Brasil (tras las huellas de China en África) al margen del centrado en la ABC, o los esquemas de cooperación energética de Venezuela y México y sus caminos divergentes en la construcción de alianzas subregionales desde su tronco común de San José, que es un esquema de cooperación financiera reembolsable. El objetivo declarado de la obra es identificar las características propias de la CSS latinoamericana, pero el lector acaba llegando a la paradójica conclusión de que tales características se sustancian en la noción de heterogeneidad. El problema es que la heterogeneidad es un rasgo no solo de la CSS latinoamericana, sino de la CSS en general, que viene siendo un constructo ex post dado el enorme déficit de coordinación de los que operan bajo esta etiqueta. Está claro que la CSS no es un régimen internacional, sino algo que empezó siendo un intento de conformar alianzas para cambiar las relaciones internacionales (el NOEI como desafío al capitalismo) y que ahora por iniciativa de los BRICS (con la creación de su propio Banco y Fondo de Reservas) puede consistir en cambiar el capitalismo desde dentro. En ese contexto, los donantes tradicionales están intentando reabsorber y reificar la CSS (la hiperacción colectiva de los países de renta media) para hacerla complementaria y progresivamente sustitutiva de su propio esfuerzo de cooperación. Esto se evidencia en la convergencia conceptual del CAD con la CSS mediante el abandono del término ayuda a favor del de cooperación y la liquidación progresiva de la métrica de la AOD y su sustitución por la financiación oficial del desarrollo (siguiendo la estela china, brasileña y venezolana), y se manifiesta sobre todo en la doctrina de la cooperación triangular (que también cuenta con numerosos estudios de caso en la obra que comentamos, algunos de ellos todavía en la fase amorosa) o ciertos programas de la SEGIB: pero no son lo mismo la triangulaciones que hacen Venezuela y Cuba, o las que lideran Argentina y Brasil (cuando trabajan directamente con NNUU), que las triangulaciones controladas por los países del CAD (incluidas las Instituciones Europeas), en las que se busca repartir la carga, reducir costes y eludir el cumplimiento de compromisos de financiación, todo ello sin dejar de influir, y con la inestimable ayuda del eje de la contra Colombia-México. En consecuencia, insistir en la heterogeneidad, la pluralidad y la diversidad de la CSS tiene el inconveniente a mi juicio de que se deja el campo libre para que los donantes del CAD vuelvan a tomar la iniciativa, aprovechando a estos y otros aliados como Corea del Sur. Comparto totalmente las reflexiones de Lechini y Morasso sobre la pertinencia de establecer métricas específicas para la CSS diferentes de las del CAD, pero esa normatividad alterna será inviable hasta que no exista un comité de cooperación del sur que fije de manera autónoma estándares, principios y reglas compartidos por los operadores de CSS, como ha señalado recientemente Besharatti (2014), recogiendo opiniones de diplomáticos africanos e indios en la Conferencia de Proveedores del Sur, celebrada en Delhi en 2013. Al margen de estas observaciones quiero destacar que la comprensión de la CSS latinoamericana en su diversidad y complejidad da un salto de gigante con la obra que comentamos. En cuanto a la doctrina y tipos ideales de CSS, el capítulo de Lengyel y Malacalza trasciende el estudio de caso y se va a convertir en un trabajo de obligada consulta. Los excelentes ensayos sobre el Acuerdo de Yucatán, la cooperación técnica agrícola con Centroamérica o el Fondo Conjunto México-Chile van mucho más allá del tema de sus títulos y serán referencias imprescindibles para los estudiosos del SIMEXCID. En la misma línea, el material acumulado permite tener ya una visión cabal de conjunto sobre los estilos nacionales de CSS en América Latina, con una concepción nacionalista del desarrollo en los casos de Brasil, Argentina y Ecuador, frente a la más neoliberal de Honduras, Costa Rica, Colombia, Perú y Chile, maquillada con los cánticos al desarrollo participativo de la sociedad civil y las alianzas público-privadas. Finalmente, tras la lectura de toda la obra, me queda claro que la frontera del conocimiento necesita seguir ampliándose en el campo de la cooperación contra-hegemónica de Venezuela y Cuba y los esquemas de comercio compensado de la superpotencia diplomática caribeña, donde la ilusión del amor en los tiempos del cólera está a punto de ser superada, si no lo ha sido ya, por consideraciones mucho más crematísticas y pragmáticas, que, como señalan Benzi y Lo Brutto, le permiten “moverse hábilmente entre la solidaridad y el mercado”. |