Escrito por Diego Cobo.
Pisar los Territorios Ocupados es algo así como un ejercicio de conciencia. Por mucho que se lea la prensa o farragosos libros sobre su actualidad o historia de Palestina, nada tiene tanto poder de estremecer como pasearse por estas tierras. Estamos acostumbrados a que plumillas y catedráticos diserten sobre el bien y el mal, que se remonten a tiempos pretéritos para contextualizar y que repasen las guerras de 1948, de 1967 y las intifadas; que continuamente se recurra a los acuerdos de Oslo, al encuentro en Camp David y demás intentos de enderezar una trayectoria de por sí perversa. Pero todo eso es política, es artificial, son intereses que manejan importantes personalidades que no tienen problemas económicos y que no renuncian a una comodidad insultante. Es fácil filosofar con el estómago lleno, aunque no cabe duda de que hay quienes se dejan la piel.
Pero realmente, ¿tanto importan las razones? Hay opiniones para todos los gustos, aunque alguna de las posiciones son únicamente estratégicas. Mientras que algunos piden dos estados, también se escucha alguna alternativa de un único estado. Pero eso choca con la razón de ser de Israel, la causa de su existencia. Sin embargo, ni siquiera el país hebreo da respiro a Cisjordania y Gaza. Sólo hace falta observar un mapa de cómo ha ido evolucionando la colonización de los Territorios desde la declaración de independencia. Y ya no es es que se respeten las fronteras de 1967, antes de las guerra de los sesis días: esa fecha fue el pistoletazo de salida para comer poco a poco territorio palestino más allá de las líneas verdes establecidas. Así, hasta hoy, Cisjordania es un territorio tomado por Israel, por los asentamientos y carreteras exclusivas para ellos.
Desde comienzos del nuevo milenio, se ha ido construyendo un muro que aísla Cisjordania de Israel. El problema es que ese muro está, en ocasiones, dentro de territorio palestino y divide a la población. Se calcula que con la construción de la muralla se ha robado el 10% del territorio. Los palestinos no se pueden mover libremente siquiera dentro de su propio espacio.
Al margen del posicionamiento de cada cual en el conflicto hay cosas objetivas. Y objetivo es que Israel tiene tomadas las zonas estratégicas de Palestina, como el valle del Jordán y demás tierras fértiles, que destruyen casas en Jerusalem este con el pretexto de que son ilegales, que ha levantado un muro que dentro de los propios Territorios Palestinos asfixia incluso ciudades, o que los judíos ultraortodoxos desalojan a los árabes de sus casas para habitarlas ellos.
El ejemplo más claro de asialmiento dentro de Cisjordania quizá sea el de Qalquiya, un pueblo rodeado por el muro y que tiene a la población estrangulada. Por un control pasan los trabajadores que trabajan al otro lado de la vaya, ya sea en tierra Israel o en su propio territorio. Por no hablar de Gaza, que es una auténtica cárcel y la gente sufre –literal- por sobrevivir.
Los asentamientos en Cisjordania o en ciudades palestinas como Hebrón también minan la credibilidad de un Estado que vive con miedo y continuas amenazas y que haga lo que haga, no sufre consecuencias. Mucha verborrea internacional, mucha condena, pero Israel sale impune de cualquier lance. Tiene sus propias normas y ni el Derecho Internacional le roza, ni las condenas en boca de líderes se transforman en sanciones de ningún tipo. Tan sólo los palestinos luchan desde dentro, boicoteando sus productos y manifestándose como pueden.
En definitiva, lo que la gente exige son derechos. Qué más dan las banderas, opinan muchas personas, cuando no hay dignidad. Y la que tienen, a la que se aferra un pueblo que la mitad de su población vive bajo el estatus de refugiado, Israel continuamente la trata de usurpar.
No hace falta más que venir a Palestina y abrir los ojos para posicionarse. Es una cuestión de derechos humanos.
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