Escrito por José Madrazo Revuelta
Tras desayunar incordiado por los dos perros que tiene mi compañera me despido del trabajador de la casa, a quien le deseo bonne journée! Salgo y el espectáculo ante mis ojos es un montón de niños, todos vestidos con el uniforme morado, que en contraste con el tono de su piel y el blanco de su sonrisa forma un mosaico espectacular. Se trata del colegio franco-islámico en frente de mi casa. El verlos correr en la arena, jugando, felices me traslada a una época, vivida, o no, ya no lo sé, realidad o ficción, pero me mueve todo el piso, todas las emociones del corazón. Camino unos 200 metros y está el jardín de infancia. Las mujeres que ahí trabajan me dicen bonjour! contentas, con esa gama de colores de sus vestidos y el olor a perfume que embriaga. Continúo caminando y me saludan los trabajadores de la casa que sigue al colegio, para a continuación encontrarme con un señor mayor que tiene una pequeña tienda y que, algunos días, le compro galletas. Me pregunta por el perro de mi compañera, si está bien, si no. Continúo y me encuentro una familia que, todos los días desayuna las tortitas de mijo que veo preparar a las mujeres en una cazuela, con leña, en plena calle, rodeadas de todas las cabras que poseen. Me saludan en djerma, y les contesto ¡buenos días! Ellos continúan con todo el repertorio del saludo africano, ¿qué tal la familia? ¿y el trabajo? ¿y la salud? Y yo, contesto ay man faham! (no comprendo), a lo cual responden con unas carcajadas. Tomo la calle primera y me encuentro a un señor, mayor, adorable, su cara emana bondad, el cual no habla francés, pero, cuando le digo bonjour! cruza las manos y me saluda (aquí significa señal de respeto). Continúo y todos los estudiantes del insitituto que pasan saludan amablemente, les respondo. A veces, también hay unos niños que me dicen bonsoir! a las 8 de la mañana, lo cual es divertido y enternecedor. Parada en casa de Helen, para continuar juntos. Seguimos andando y, al doblar la esquina, todos los guardias de un instituto de desarrollo nos saludan. Por toda la calle, tumbados en la arena, están los perros del Sahel que ni se inmutan. Merece la pena detenerse un rato en la escena. Al lado de los guardianes se encuentra un niño, al que le calculamos unos 14 años. Vende golosinas, jabón, y tabaco. Todos los días, cuando nos ve, levanta la mano, sonríe y nos dice bon arrivée! Hablamos de ese niño, porque nos tiene conquistado el corazón. Helen y yo decimos que quizá estaría mejor en la escuela, quizá no. Quién sabe. Nos dan ganas de proponérselo, pero no nos atrevemos… quizá sea la única fuente de ingresos de su familia. Quizá no. Quizá esté sólo y tenga que subsistir... no sé si algún día lo sabremos, pero la energía que aporta, la energía que emana, y la sonrisa que da nos hace pensar que es muy fuerte. Es un luchador. Continuamos. Antes de llegar a la carretera asfaltada y principal, tras varios saludos a la gente que se encuentra por la calle, nos encontramos a la señora mayor, tierna, en una calle a la derecha, sentada en el suelo, con unos collares que vende. Es muy mayor, y, cierto día que no se encontraba en el lugar de siempre nos asustamos un poco... Afortunadamente, el día posterior ocupaba su trono...Nos dice muy enérgica fofo! (¡hola!), le contestamos, le devolvemos la sonrisa y cruza las manos en señal de respeto. Es impresionante lo guapa que es, lo guapa que ha tenido que ser, y el porte que presenta. Los pasos no paran, y vienen a pedirnos unos niños, casi todos los días los mismos. Les decimos que no tenemos nada, que vamos a trabajar, y les tocamos el hombro en señal de cercanía. No hablan francés. Nos siguen, y, cuando hablamos en castellano imitan el tono y se ríen, al final, acabamos riendo todos. Cruzamos la calle, lo cual es una odisea, lo cual es un poema, por el desorden del tráfico. Saludamos a otro par de señores que tienen un pequeño negocio y finalmente llegamos a la oficina. Allí se encuentran nuestros guardias de seguridad, chóferes y demás, a los que, también les hemos cogido un gran cariño. Nohou, cortés y amable siempre pregunta que tal va todo, la casa... Gabriel saluda con un apretón de manos enérgico. Ibrahim nos enseña palabras en djrma todos los días, la señora de la limpieza saluda con su voz dulce, Ousmane transmite esa energía especial que porta; Idriss y Guedé ya están en la oficina trabajando, y Mati, me saluda con un qué tal enérgico... De esta forma, da gusto comenzar el día.
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